27 agosto 2006

Le Chasseur d'Etoiles. Parte 11

Como todos los de su edad, su cabeza estaba llena de planes y ambiciones. De carácter equilibrado, encajaba con relativa facilidad los pequeños reveses que le daba la vida. Se diría que tenía una cabeza bien amueblada. Nunca perdía los nervios ni hacía cosas raras. No era, como se podría pensar, frío o calculador, al contrario, poseía una gran sensibilidad, si bien es cierto, que con sus semejantes, por pudor, no exhibía innecesarias manifestaciones de afecto.

Las estrellas eran su gran pasión, y todo el mundo lo sabía. Desde pequeño sintió admiración por ellas. Procuraba dedicar un rato de estudio, al menos tres veces por semana, a la astronomía y a la cosmología. El sacerdote de su parroquia, buen amigo, decía que aquello no era más que el reflejo de su ambición de trascender, de conocer el significado de las cosas, de conocer las leyes últimas de la naturaleza, su destino y su lugar en el mundo.

Esta vez sin embargo, su cabeza era un mar en tempestad de sentimientos, ideas, recuerdos y dolor. Todo iba perdiendo sentido, lo que le había pasado era un completo absurdo, la realidad se había desmadejado en hilos incoherentes y él permanecía consciente en el proceso. La nube, el torbellino, el viaje en el tiempo, la llanura, el telescopio, eran realidades, sucesos ciertos, hechos objetivos, mas cuando se mezclaban, resultaba una realidad incongruente, ridícula e ilógica. Él estaba en medio, él era el factor que hacía absurda la situación, él era el nexo común de todos los acontecimientos.

A oscuras tanteó su mochila y buscó la linterna. Le extrañó que tuviera pilas y alumbró a su alrededor. No se veía musgo, y la tierra, muy arenosa, era de un color negruzco. No encontraba el sendero por el que subió antes, y tampoco encontraba ninguno de los árboles que le habían servido de referencia. Por puro instinto comenzó a bajar por la ladera que parecía menos empinada. No había camino ninguno. El agotamiento y el dolor de cabeza le hacían moverse torpemente. Grandes rocas de varios metros de altura bloqueaban numerosas veces su descenso y, a veces, tenía que desandar lo bajado. Cuanto más descendía, el aire parecía estar más viciado, y notaba que sus pulmones le demandaban más oxígeno del que podía ofrecerles. Su respiración era más y más agitada, quizás fuera la ansiedad, lo que aumentó sus temores y su desesperación. Dos lágrimas volvieron a brotar mientras bajaba, dibujando dos surcos en su cara tiznada de aquella arena negruzca.

Llegó a la base de la llanura. Los brazos le pesaban, tenía lastimado el tobillo izquierdo y sus manos estaban magulladas por los bordes cortantes de la roca caliza. Sus pantalones vaqueros presentaban varios cortes, y su camiseta con el escudo del Real Madrid, estaba manchada de aquella arena negruzca. La esperanza de encontrar su coche era lo único que le hacía mantenerse en pie. Quiso detenerse en el llano para tomar aire. Apoyado sobre el pie derecho, miró al cielo estrellado, pero esta vez, no veía las líneas imaginarias que dibujan las constelaciones. Sólo veía odio, luces malditas, brillos de muerte y terror. Todo el paisaje alumbrado por el débil foco de su linterna era distinto, pero la morfología de la zona era tal y como la recordaba, sólo quedaba una curva para ver el merendero y su todoterreno.

¡Estaba ahí! ¡estaba ahí! ¡su coche! Subió sin pensarlo, accionó el contacto y ¡arrancó! Su emoción era tan grande que no reparó en que no estaba el merendero. Sí se dio cuenta de que no había carretera, así, que en la noche, llorando de alegría siguió campo a través en dirección a su casa. Los dos faros del coche sólo dejaban ver arena negra y grandes rocas calizas que sorteaba a gran velocidad. Conducía como un loco entre las dunas y las rocas, el 4x4 daba grandes saltos y más de una vez tocó el suelo con los bajos. En una de éstas, pegó con una roca y rompió el faro izquierdo, pero siguió adelante embravecido. Su visibilidad se había mermado, pero sólo pensaba en salir de allí. Gritaba y gritaba de alegría, reía y lloraba a la vez.

De repente, la luz del faro derecho desapareció, no se reflejaba en nada, e inmediatamente sintió un vacío en el estómago.

[…]

De pequeña leía libros de Agatha Christie y A. Conad Doyle. Qué distinto se imaginaba entonces su actual trabajo de funcionaria en el Centro Nacional de Inteligencia. Tras varios años de carrera, unas fuertes oposiciones y tres cursos más de formación específica, su trabajo, dentro de aquella poderosa institución, casi se reducía a realizar labores administrativas. Pensaría que investigaría a los grandes capos del narcotráfico, a entramados terroristas, pensaba en labores de espionaje y contraespionaje, escuchas, altos cargos, y sin embargo, lo más emocionante que tenía que hacer hoy, era eliminar unos documentos en la destructora de papel, que dejaría aquellos informes reducidos a flecos de 2mm de anchura.

Sentada en su silla, y con los codos en la mesa, jugaba a enrollar un lápiz en un gracioso tirabuzón moreno que le caía por detrás del cuello mientras la máquina destruía tacos de 50 hojas. Su mirada volante y soñadora fue a posarse sobre el siguiente dossier que tenía que destruir. Abrió el carpetón, color añil, y apareció una fotografía de la cara de un muchacho joven, de no más de 20 años, tenía el cabello negro, un poco enmarañado, las cejas delgadas y unas gafas de pasta gruesa que escondían unos ojos pequeños y a la vez profundos. Nariz aguileña y estrecha, labios finos, barbilla afilada y mandíbulas estrechas.

Con un suspiro apagó el típico pensamiento pícaro de una soltera cuando ve un jovencito guapo. ¡Ay! si tuviera quince años menos – pensó. La siguiente foto era la de un 4x4 estrellado en el fondo de un barranco, y junto a ésta había grapados unos 40 folios mecanografiados con máquina de escribir. Se oyó un sonido brusco, la máquina se había atrancado y tuvo que desmontar la tapa e introducir otra vez el taco anterior. Hojeó, ya de pie, el dossier que había estado viendo, y que le tocaba introducir en la máquina. De su interior cayó otra fotografía. Estaban sacando a un muchacho del 4x4, llevaba pantalones vaqueros, y una camiseta con el escudo del Real Madrid. Era el muchacho de antes. Se sentó otra vez, interesada por el joven, y vio que junto a un informe médico, se adjuntaban varias fotocopias de un cuaderno en el que había anotaciones de coordenadas astronómicas y posiciones de las constelaciones. Su mirada, con el ceño fruncido, se clavó en aquellas anotaciones y en un gran sobre cerrado que había detrás sellado con un membrete que decía “Alto secreto”

2 comentarios:

Unknown dijo...

o_o
ahh me dejaste sin qué decir!!
fantástico!!!!
jejeje, en realidad no pude haber esperado un mejor final =P
me gusta mucho cuando quedan así las cosas! =O

me alegra mucho haberte encontrado por aquí =P, me encanta cómo escribes!!

mucha suerte en tus exámenes =)
hasta pronto

Anónimo dijo...

Vaya...impresionante, sí señor!

Esperamos otra cuando vuelvas; mientras se te echará muchísimo de menos.

Suerte !

Besitos