23 mayo 2008

El tren. Parte 6

Cuando abrió los ojos, creyó estar en una gruta de grandes dimensiones. No lo supo muy bien porque la cabeza le daba vueltas. Intentó incorporarse para mirar en derredor, pero sus delicados miembros estaban magullados y entumecidos. La gema que llevaba en el cuello brillaba e iluminaba toda la estancia dejando ver que se encontraba en un recinto pétreo de forma circular. Tendría unos cien metros de diámetro y una altura de no menos de cinco. Adornaban el techo algunas estalactitas y restos de diaclasas. Ella estaba en un saliente, similar a una pila bautismal, y arriba, a unos tres metros por encima de ella, se abría una oscura abertura, como si fuera una chimenea, por la que caía una potente cascada, y que seguramente sería la que la había arrastrado hasta donde estaba. Después del saliente, la cascada volvía a saltar a un lago que inundaba toda la gruta.

El lago no tenía orillas ni salidas. Las paredes que lo rodeaban eran todas verticales. El agua se debía evacuar por alguna filtración o a través de alguna galería subterránea. La gema brillaba con un fulgor azul, pero las aguas del lago se veían negras, oscuras y muy profundas.

No había forma de trepar por la sima por la que había caído, y mucho menos con la corriente en contra, así que supo que estaba atrapada. Sin embargo, el sentimiento que tenía no era de tristeza sino de temor. Las aguas negras la atemorizaban a pesar de la luz cálida de la gema. Eran como un abismo misterioso que no se podía salvar.

Inesperadamente la cueva empezó a vibrar. La gruta crujió, y la roca dejó escapar un grito sordo. Del techo se desprendieron pequeños pedruscos, y las aguas del lago se estrellaban contra las paredes verticales dando una visión apocalíptica. Un gran temblor surgía del fondo de la tierra. El estruendo cada vez era mayor y parecía provenir de la parte izquierda. Un débil resplandor se dejó ver en el fondo del lago. Era como si una luz empezara a brillar en las profundidades.

Con extrañeza y temor se reclinó sobre el saliente y vio a parecer algo que cruzaba el fondo del lago a gran velocidad. Se veía muy profundo, y era como un dragón rodeado de luz. El ruido era ensordecedor. El ser aquél parecía no tener fin, y las aguas se agitaban aún más a su paso. No era un dragón… era un tren.

02 mayo 2008

El tren. Parte 5

El espesor del bosque empezaba a agobiarla. Lo que en un principio parecía un sendero, ahora era una maraña de helechos, ramaje y arbustos. Mientras tanto, allá arriba, las altas y frondosas copas de los árboles no dejaban pasar la luz del sol. Sus delicados pies descalzos estaban hinchados, y sólo el pensamiento del gran rey y la gema que llevaba en el colgante le daban fuerzas para seguir caminando.

Llegó un momento en el que la vegetación le impedía avanzar. En su antigua vida todo hubiera sido más fácil, pero ahora el bosque le cerraba el camino con espesas palmas y plantas enredaderas. Sus ánimos se empezaron a venir abajo justo cuando escuchó el rumor de un río. No le costó poco trabajo llegar hasta él, pero mereció la pena, pues éste era poco profundo y poco caudaloso, y por lo tanto, podría avanzar más rápidamente por él que por el bosque. Sintió un gran alivio cuando sus pies doloridos entraron en contacto con el agua fresca y cristalina. El lecho era arenoso y cómodo, el agua no le llegaba más arriba de las rodillas, y los obstáculos que tenía que salvar no eran más que pequeñas cascadas.

El espesor la seguía rodeando, y no distinguía en él ningún claro, ni ningún camino salvo el cauce del arroyo. Caminó así durante unas dos horas hasta que de repente, el río parecía terminar bruscamente. Una oscura sima de un metro de diámetro engullía todo el agua del río a modo de desagüe.

El cansancio hizo mella en ella, y la desesperación de no tener un camino, fue lo que terminó de derrumbarla y hacerla llorar. ¿Por qué todo parecía volverse contra ella?… En un último esfuerzo se agarró a una de las ramas de un sauce que caían hasta el río, y así poner el pie en tierra firme, con tan mala fortuna que la rama se partió.

Sintió un golpe en la cabeza, que se hundía en la sima. Sintió que tragaba agua, y después… ya no sintió nada.