25 mayo 2022

Mετάνοια

Ahí está. Huelo su fragancia, lejos aún, pero no la disfruto; la ansío, pero no me toca. No quiero forcejear. Mil veces forzada, ha escapado de mis manos como un pez resbaladizo dejando una sombra de soberbia y pesar. Sé que no es una conquista, sino un don libérrimo. Reclamarla no puedo, pero... ¿he de hacer algo?

La siento y me gusta, me gusta mucho ¡muchísimo! Cuando oigo de ella, resuenan ecos en mi alma por todos los rincones, incluidos los más escondidos y enfermos. Su melodía es armoniosa para los sentidos: es luz, paz y fuerza. Creo que es la armonía más perfecta. Mi corazón me dice que estoy hecho para eso, aunque a veces desee huir. Cuando leo a los que la encontraron, mi ánimo arde. ¡Es fuego! ¡El más abrasador que jamás he visto!

En cambio, me poseen las sombras... o yo las poseo a ellas. Una existencia de ilusiones vacías, de engaños aparentemente inocuos, de apariencias efímeras y de sueños. Sirenas. Pisadas sobre barro y alguien que me sostiene, pero a veces me suelto y me dejo hundir. El fango es agradable en cierto modo: no es frío ni caliente, ni demasiado duro ni demasiado blando. Tapa las imperfecciones, homogeniza, y, sobre todo, atenúa cualquier despunte de grandeza o de miseria, y eso, a veces es lo mejor. 

Una comida deliciosa, una conversación amistosa o una bella puesta de sol que se interrumpen por un tono de llamada... ¡briiip! ¡briiip! «Dígame». En el barro no se está tan mal.