No supo decir cuánto tiempo estuvo así, pero sin saber cómo, se encontró flotando en una inmensidad oscura, y rodeado, aunque de forma más sutil, por aquella neblina rosada y verde que lo había estrujado anteriormente. Había perdido el sentido de la orientación, no había gravedad, y la única referencia que tenía para establecer su orientación espacial eran las corrientes de aquel misterioso efluvio que parecía cambiar de densidad a voluntad y tener vida propia. Miles de puntos brillantes acompañaban al gas, enrollándose a su alrededor y haciendo un movimiento rotacional parecido al que realizan las partículas en un atractor de Lorentz. La nube se extendía hasta donde la vista no alcanzaba a ver. Era, así digamos, como una especie de cilindro vaporoso, con el diámetro de diez hombres puestos unos encima de otros que se ondulaba como un dragón, y que se movía en el espacio como lo hacen las serpientes marinas y esos ápodos de la familia de las murénidas. A ratos, se movía a una velocidad de vértigo, y otras veces disminuía su velocidad, pero nunca se le veía el fin. A veces, aquella neblina parecía revolverse para rodearlo con gran agilidad, quedando alrededor suyo un bucle de polvo brillante que se desvanecía lentamente como hacen las estelas que dejan las turbinas de los aviones.
No paraba de dar vueltas, de retorcerse, de subir y bajar, al igual que sus pensamientos, que se agitaban compulsivamente en su cabeza ante aquel mundo tan inexplicable.
¿Tendría aquello movimiento propio? ¿Tendría entidad en sí mismo? ¿Qué fuerzas misteriosas lo impulsaban? ¿Qué elementos componían su estructura? ¿Cómo había ido a parar allí? Estas y otras preguntas le fueron asaltando, a la vez que un temor cada vez más grande al sentirse inferior y a merced de un ser incomprensible, en forma de dragón cósmico-nebuloso, o en otra forma quizás, que no podía percibir y cuyas manifestaciones en el pobre mundo cuatridimensional de la existencia humana eran aquel polvo astral que circulaba y circulaba rodeado de pequeños puntos luminoso a gran velocidad por un espacio infinito.
Tras varios minutos, aquella corriente atravesó su mano, o su mano atravesó la corriente, y vio como ésta, sin dolor, se deformaba y se tornaba de un color rojizo, como un metal al rojo vivo ¡su propia mano! Primero, un gesto de espanto, y después, después comprendió dónde estaba.
No paraba de dar vueltas, de retorcerse, de subir y bajar, al igual que sus pensamientos, que se agitaban compulsivamente en su cabeza ante aquel mundo tan inexplicable.
¿Tendría aquello movimiento propio? ¿Tendría entidad en sí mismo? ¿Qué fuerzas misteriosas lo impulsaban? ¿Qué elementos componían su estructura? ¿Cómo había ido a parar allí? Estas y otras preguntas le fueron asaltando, a la vez que un temor cada vez más grande al sentirse inferior y a merced de un ser incomprensible, en forma de dragón cósmico-nebuloso, o en otra forma quizás, que no podía percibir y cuyas manifestaciones en el pobre mundo cuatridimensional de la existencia humana eran aquel polvo astral que circulaba y circulaba rodeado de pequeños puntos luminoso a gran velocidad por un espacio infinito.
Tras varios minutos, aquella corriente atravesó su mano, o su mano atravesó la corriente, y vio como ésta, sin dolor, se deformaba y se tornaba de un color rojizo, como un metal al rojo vivo ¡su propia mano! Primero, un gesto de espanto, y después, después comprendió dónde estaba.