El viento del norte le provocó un escalofrío. El anciano
campesino no supo —o no quiso— adaptarse, así que su búsqueda se volvía más
inútil a cada paso. Perdido, anduvo por innumerables caminos, porque si algo
sabía hacer, era caminar. Oyó voces y ruidos, vio sombras y destellos, pero no
aparecía su destino.
La tierra lo llamaba y no le quedó más remedio que darse la
vuelta… o asumir una muerte solitaria, junto al camino. La locura de perseguir
un sueño imposible le había arrebatado la vida y las fuerzas. «¡Sal!», le
decían. «Vete de aquí, viejo; y déjanos en paz. Este no es tu sitio». No lo
era.
El viento del norte, que barría las tierras conocidas y las
ignotas, se le clavaba en el corazón.