25 enero 2010

Un té a las cuatro y diez (parte 2)

Eran las 16:00 horas, y por encima del paralelo 62º anochecía a las 18:00. Quedaban por tanto dos horas de luz, suficientes para llegar al puerto de Tórshavn en las Islas Feroe antes del anochecer.

La mar se hallaba en calma, y tras abrigarme como exigía el frío viento, salí a cubierta para gustar el aroma del mar. Allí estaba él, asido al pasamanos de popa, y degustando lo que parecía un humeante té. Lo había visto un par de veces durante el viaje, pero nunca había hablado con él.

– Menudos vientos los que arañan estos mares ¿eh amigo?– dije muy ligeramente.
– Creo que no van a ser nada en comparación a los que encontraremos en Tórshavn.
– ¿Usted cree amigo? Si es así, no me separaré mucho de mi chaleco salvavidas– repliqué con una sonrisa vacía.
– No creo que el chaleco salvavidas pueda hacer mucho por usted en los fiordos.
– ¿Qué tienen que ver los fiordos?
– Si no me equivoco, el último parte meteorológico pronosticó marejada y viento de levante en la línea de costa.
– ¿Y eso qué significa?
– Pues que habremos de llegar a Tórshavn por el paso de Sundini.
– ¿Y qué es el paso de Sundini?
– Es un estrecho canal que separa Eysturoy y Streymoy.

Antes de nada, debo decir que al igual que la mayoría de las personas, sólo soy capaz de mantener dos tipos de conversaciones: aquellas superficiales en las que más bien se habla por hablar, y aquellas personales en las que se habla sobre uno mismo o sobre lo que creemos que piensan y sienten los demás.

Sin embargo, esta vez me hallaba en una conversación científica. Me estaba hablando de los fondos marinos de Islandia, de las montañas subacuáticas, de los fiordos, de las fallas y los acantilados... era como si estuviera recibiendo una clase de Ciencias Naturales en la Universidad o como si estuviera viendo –escuchando– uno de esos documentales que ponen en televisión a la hora de la siesta.

El barco comenzó a mecerse más de lo habitual, el viento empezó a rugir por entre las antenas, y las olas rompían en las amuras del barco hasta llegar a cubierta. Se ordenó por megafonía que todos bajáramos a nuestros camarotes. Vi entonces volar a lo lejos algunos frailecillos. Nos acercábamos a Islas Feroe.

(continuará...)