01 marzo 2007

Las Ánforas. Parte 4

Como dije anteriormente, los narduk eran seres encargados de fabricar sueños, pero ¿cómo lo hacían?... La respuesta es difícil de comprender si no estamos familiarizados con ellos, así que intentaré explicarlo de la forma más sencilla posible.

Estos seres se mueven por los mares en sus cápsulas. Les encanta viajar, y con el tiempo cada uno ha ido confeccionando un complejo plano del reino submarino de los sueños −plano incompleto pues a este reino no se le conoce confín− donde anotan los lugares de especial interés. Su viajar se puede decir que es errante, o más bien nómada, permaneciendo temporadas alrededor del mismo sitio, bien porque les ha gustado el lugar, porque quieren recoger transelementos, relacionarse con otros narduk, reparar sus cápsulas o simplemente descansar. Muchas veces sus cápsulas se averían en lugares tenebrosos, y como están obligados a fabricar al menos un sueño cada día, si no tienen transelementos, no les queda más remedio que fabricar pesadillas. Los sueños, como explicaré más tarde se fraguan en las ánforas. Los transelementos son cosas que encuentran a las que cada narduk, en función de la magia que tenga, le cambia la esencia si bien permanecen los accidentes. Nosotros no vemos esa nueva esencia a no ser que soñemos. Lo que para nosotros serían algas, rocas, un resto de coral, una perla… ellos lo transforman en un aeróstato, nubes, fragancias, lugares, etc. Los narduk son seres solitarios, aunque a veces, si se encuentran −y sobre todo si se conocían de antes− se intercambian transelementos ya transformados, y a veces incluso se prestan su soñadores, ése es el motivo por el que a veces dos personas se sueñan mutuamente aun siendo sueños distintos. Estos encuentros, que a veces son fortuitos, están condicionados en gran parte −según me enteré después− por la magia de Claruma.

Las ánforas eran mágicas. Nadie sabía de donde provenían, pero cuando un narduk terminaba su entrenamiento y estaba preparado, aparecían siete ánforas junto a la “estrella azul”. De la “estrella azul” se han escrito preciosos relatos, y no me creo digno de escribir sobre ella ni siquiera media palabra. Sólo diré que se encontraba en lo más profundo del reino, en el “abismo de Gorlak”. Gorlak era una almeja gigante, vivía en el fondo de una sima oscura y profunda, estrecha y misteriosa. Vivía allí desde siempre, en la oscuridad más negra de los abismos, sin embargo, como hermosísima perla, albergaba en su interior la sublime estrella. Cuando Gorlak se abría, mostraba un interior hermoso, nacarado y brillante, y entonces la pequeña “estrella azul” empezaba a radiar unos reflejos tales que los que los han visto nunca han hablado sobre ellos porque dicen que no existen palabras en el universo para describirlos.

El consejo, tras conjurar a Gorlak para que se abriera, entregaba las ánforas al narduk en un bonito ritual y aplicaban un poderoso hechizo para que las ánforas hilaran sueños con los transelementos. Después en otra ceremonia se le asignaba un soñador de por vida. Nadie solía hablar sobre las ánforas, era algo tabú, pues irremediablemente tenían que ver con la “estrella azul”, la cual aquella gente ni siquiera se atrevía a nombrar. Claruma me enseñó algunos secretos de esos hechizos.

Un día −o una noche, porque allí no se distinguían− mientras paseaba por el “cañón de Atlantis” escuché una gran explosión, y al girarme vi una gran nube de lodo, burbujas y luz a menos de una milla. La nube se expandió tanto que me envolvió, y hasta que no pasaron dos horas y se asentaron los barros, no pude ver nada. Me acerqué al lugar de la explosión, y allí encontré una cápsula casi destrozada. Era más alargada de las otras que había visto y tenía más forma de submarino. Quedé aterrado cuando vi en el suelo algo que parecían unas ánforas... ¿Serían las ánforas mágicas? Aparecieron entonces Biguemo y Claruma que me gritaban que no tocara nada. Claruma tenía una expresión de nerviosismo y preocupación en el rostro, no así Biguemo, pues una gran cabeza transparente, unos palpos y unos ojos retráctiles no le dotaban de una gran expresividad.

− ¿Es una cápsula Narduk?− Pregunté.

Nadie me contestó. Claruma encontró a alguien en la cápsula. Era una especie de pulpoide azul con varios ojos que agotado, moribundo y casi sin fuerzas logró decirle a Claruma: «mu… mu… muchas gracias… gracias, Claruma… gracias»

Claruma entonces sonrió y derramó una lágrima de plata sobre aquel narduk, el único que vi en mi estancia en el reino de los sueños. No sé por qué, pero sentí algo especial cuando me miró. Volvió a sonreír, y cerró sus ojos. Entonces yo también lloré, pero mis lagrimas se confundieron con el agua que me rodeaba. Biguemo se colocó junto a mí, y entonces grité:

− Claruma, se va a curar ¿verdad? dime que sí, Claruma, por favor.

− Eso depende de ti− me dijo −y a partir de hoy tú serás el guardián de sus ánforas.

Y bueno, lamento decir que todo se terminó. No sé ni cómo ni cuándo, ni cómo hice el viaje de regreso, solo sé que estaba en mi cama, tapado con cálidos cobertores. El sol aún no había salido. Abrí los ojos no como el que se despereza de un sueño, sino como el que ha vuelto de un largo viaje. Supe que había sido sólo un sueño, pero añoraba a mi calamaroide Biguemo, a Claruma y a aquél narduk cuyo destino nunca supe.

Cuando encendí la luz y me puse en pie… había siete ánforas rodeando mi cama, y unas letras buriladas a oro en la concha de un nautilus:

«ESTREGA ESTAS ÁNFORAS A LA ESTRELLA AZUL»