08 mayo 2006

Le Chasseur d'Étoiles. Parte 01

Está atardeciendo, queda apenas media hora para que el Apolo se duerma en el horizonte. La humedad se palpa y se huele en el ambiente, huele a tierra mojada: Una tormenta de verano no lejos de allí. Aspira esa bucólica fragancia como elixir cuando para en un recodo del camino a tomar aliento. Éste se curvaba, y quedaba ensombrecido por la cara oriental de la montaña, más rocosa y oscura, para rodearla luego al Norte en no más de quinientos metros y seguir subiendo. El sendero se hace empinado y tortuoso, cada vez más. La hora que llevaba andando desde que dejó el coche en la explanada del merendero empezaba a pesarle, al igual que la mochila y el telescopio – no muy bien sujeto – que llevaba a la espalda. El aire era fresco, fresco y húmedo, e impregnado de aromas de sierra. No podía entretenerse porque se le hacía de noche. Tenía que llegar a lo alto del monte antes de que se fuera la luz, ya que no le hacía mucha gracia tener que caminar por aquella senda mal trazada a la luz de una linterna. En realidad, no sabía lo que habría en la cima, sólo sabía que aquel monte era el más alto, y que estaba alejado de núcleos urbanos donde la luz le podía molestar para ver las estrellas. Lo más peligroso que había, eran un par de pueblos pequeños que había dejado atrás con el coche, a unos cinco kilómetros, y el merendero, al pie de la montaña. Nada comparado con el fulgor de las ciudades, que cubre en vertical el firmamento con un velo nubloso de claridad artificial, atenuando la inmensa oscuridad del cielo profundo.

El Sol se puso, y los pocos cientos de metros que le alejaban de la cumbre los iba a hacer gracias a la dispersión que la atmósfera hacía de los últimos rayos del astro rey extendiendo como llamas los más rojos y dorados al occidente, mientras que un manto púrpura cada vez más oscuro y penetrante avanzaba desde el oriente. En él, titilan muy débiles algunas estrellas, las más incesantes que ya quieren despertar. El aire es más fresco, y cada vez menos húmedo. Las nubes se han ido ya, pero el olor a tierra mojada es, si cabe, aún más intenso. Bajo sus pies, el camino, por la cara meridional, se va extinguiendo y la tierra negra que queda a la sombra se va alfombrando por rodales de un musgo, un musguillo, que sabe agradecer la humedad del ambiente.

Para acceder a la cima hay que salvar un promontorio rocoso, y por ello decide sacar ya la linterna. No quería usarla para que nadie lo viera. Estaba solo, en una noche oscura, en lo alto de un monte, y quería seguir estando solo toda la noche. No le agradaba la idea de que desde algún sitio se viera la luz de su linterna, no quería que nadie supiera que estaba allí. Aunque improbable, le asustaba la idea de que alguien pudiera subir por aquel camino en plena noche… tenía miedo, pero al fin, la encendió.

2 comentarios:

Unknown dijo...

=O
me encantó, el relato es elegante y suave (diría que hasta aterciopelado =P), y me deja intrigada.
espero la parte 02 =)

JAL dijo...

Hombre, menos mal, el primer comentario!! jeje muchas gracias, me alegro que te guste, espero que puedas decir lo mismo de la 2ªparte