31 marzo 2022

El orden de las cosas

Una narración suele discurrir a lo largo de un flujo lineal: nace en los acontecimientos más lejanos en el tiempo, se justifica allí, y atraviesa todos los episodios hasta alcanzar —paulatinamente— los más recientes a modo de lección. Algunas veces, las narraciones no son estrictamente lineales, sino que se permiten licencias como los flash-backs o incluso se admiten múltiples líneas narrativas que se cruzan en momentos clave. Sin embargo ¿Ocurre lo mismo cuando recordamos nuestras experiencias? ¿evocamos los acontecimientos con mecanismos de “avanzar” y “rebobinar”? Propongo una serie de estrategias alternativas de tematización que pueden hacer más interesante la narración de una serie de recuerdos como un viaje, un cambio de ciudad, o simplemente, una mirada al pasado. 
En primer lugar, se podrían organizar los sucesos según las emociones que éstos provocaron. Se ha hablado de seis emociones básicas: sorpresa, asco, tristeza, ira, miedo y alegría (Ekman, que posteriormente añadió la superioridad). Otros, en cambio, añaden la anticipación y la confianza (Plutchik). En cualquier caso, puede ser interesante el recurso a esta clasificación para agrupar experiencias, puesto que la impronta emocional tiñe los recuerdos con unas notas características que pueden aportar coherencia y tono a los agrupamientos. 

En segundo lugar, se podría recurrir al alcance que atribuimos a los acontecimientos, haciendo una especie de analogía metafísica. Por ejemplo, podríamos hablar de aquellos eventos que no pasan de la mera apariencia, superficialidad o deseo; aquellos otros que implican realidades físicas como comer, dormir, protección, etc. Posteriormente se podrían incluir las experiencias que implican relaciones, las que están vinculadas con nuestro conocimiento, los que afectan en nuestra interioridad, las experiencias éticas, estéticas, y finalmente las vivencias espirituales. 

Finalmente, se podría hacer una suerte de relación con acontecimientos cíclicos naturales como las estaciones, los meses o las horas del día. En esos casos, se trataría de establecer afinidades emocionales entre dichos periodos y los recuerdos, para que así, exista un hilo conductor por afinidades. 

En conclusión, me parece que buscar un elemento común a una serie de acontecimientos —especialmente un elemento emocional— puede proporcionar una estructura más resonante con el lector. Además, puede servir para dotar a una narración de elementos creativos que provoquen curiosidad sin alterar la esencia de los sucesos narrados.

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