En primer lugar, se podrían organizar los sucesos según las emociones que éstos provocaron. Se ha hablado de seis emociones básicas: sorpresa, asco, tristeza, ira, miedo y alegría (Ekman, que posteriormente añadió la superioridad). Otros, en cambio, añaden la anticipación y la confianza (Plutchik). En cualquier caso, puede ser interesante el recurso a esta clasificación para agrupar experiencias, puesto que la impronta emocional tiñe los recuerdos con unas notas características que pueden aportar coherencia y tono a los agrupamientos.
En segundo lugar, se podría recurrir al alcance que atribuimos a los acontecimientos, haciendo una especie de analogía metafísica. Por ejemplo, podríamos hablar de aquellos eventos que no pasan de la mera apariencia, superficialidad o deseo; aquellos otros que implican realidades físicas como comer, dormir, protección, etc. Posteriormente se podrían incluir las experiencias que implican relaciones, las que están vinculadas con nuestro conocimiento, los que afectan en nuestra interioridad, las experiencias éticas, estéticas, y finalmente las vivencias espirituales.
Finalmente, se podría hacer una suerte de relación con acontecimientos cíclicos naturales como las estaciones, los meses o las horas del día. En esos casos, se trataría de establecer afinidades emocionales entre dichos periodos y los recuerdos, para que así, exista un hilo conductor por afinidades.
En conclusión, me parece que buscar un elemento común a una serie de acontecimientos —especialmente un elemento emocional— puede proporcionar una estructura más resonante con el lector. Además, puede servir para dotar a una narración de elementos creativos que provoquen curiosidad sin alterar la esencia de los sucesos narrados.
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