La encontró allí, escondida entre las raíces del árbol misterioso, justo en el cauce que había dejado un antiguo río. Se trataba de un Ginkgo, la especie de árbol más antigua del mundo. No tiene parientes vivos conocidos, y según los fósiles que tenemos, no ha evolucionado hasta nuestros días. Es la única especie que ha llegado hasta nosotros que sobrevivió a la gran extinción del Pérmico, hace 200 millones de años, en la que desapareció el 95% de la vida sobre la Tierra, y por eso Darwin lo llamaba “fósil viviente”. Otros llaman a este milenario árbol oriental “árbol de la esperanza”, pues cuatro ejemplares japoneses resistieron a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima. Uno de ellos, en un templo budista (que quedó totalmente destrozado) a tan sólo 1 km del lugar de la explosión, aún se puede ver junto a un cartel que reza: “No más Hiroshima”.
Volvamos al relato. Sus raíces quedaban parcialmente al aire debido a la erosión del agua que había formado junto a él un gran socavón. Estaba ubicado en la parte más profunda del bosque, rodeado de helechos, lianas, hiedras y monumentales secuoyas. Con sus tres metros de diámetro, su tronco bimilenario y sus peculiares “chichi” −unos extraños subtroncos que crecen a modo de estalactitas− tenía un aspecto no de árbol, sino de templo. Sin duda era el señor del bosque.
Tras la puesta de sol, se alzó la luna brillante sobre un cielo aún azulado. Entonces, como tenue lumbrera, la gema de Kayjaa, comenzó a derramar sus cálidos rayos azules sobre las raíces del Ginkgo. Extasiada miraba el acontecimiento mientras una fría brisilla acunó sus cabellos de oro, y a la vez las ramas del árbol, que suavemente crujían bajo la luna, iniciando así el ritual.
Sus brillantes ojillos reflejaron la luz de la gema, y su nívea piel también se empezó a bañar en la suave luz azul. Los rayos se hicieron cada vez más intensos, y poco a poco fueron adquiriendo como consistencia, llegando a ser como agua de luz que comenzó a fluir por el cauce del viejo río. De la gema salían ahora como chispas de luz blanca que revoloteaban caprichosamente antes de apagarse apenas unos instantes después.
Allá en lo alto, las hojas del viejo árbol mecidas por el viento comenzaron a derramar gotas de luz doradas resaltando aún más si cabe su imponente presencia mágica. El viento soplaba, todo el bosque se agitaba, y en el centro, el majestuoso Ginkgo se transformaba animado por la gema de Kayjaa.
(continuará...)